AQUELLOS ENCENDIDOS ATARDECERES
ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Así pasa el tiempo, inexorable, hiriendo la paz de los gratos acontecimientos, dando zarpazos despiadados a los humanos sentimientos, los que creíamos fueran intocables dueños de una perpetualidad idealizada, como en los sueños de amor...
Así suceden las cosas de la vida, no somos dueños de la pasión; que nada es duradero y todo lo bello perdemos aunque luchemos por evitarlo.
Cuando pensamos en ella, la vida... el espíritu revive, emerge gozoso desde el abismo en que se hallare cautivo; como si se derrumbara la cruel muralla que nos separase. Cuando pensamos en ella, temiendo volver a perderla; y en la mente le arropamos con toda la energía de los más nobles sentimientos y rescatarla para siempre quisiéramos de los maléficos influjos del tiempo.
A veces pienso, si no será partícipe, también, ese silencio que nos envuelve; y de todas nuestras desventuras. Como si se arrastrara cauteloso por aquellos sinuosos causes que imagino tantas veces imbuidos en el sopor habitual de cualquier atardecer.
Distintos fueron aquellos luminosos ocasos de nuestra espléndida juventud, cuando cada tarde discurría entre cálidos destellos y claros crepúsculos que invitaban a soñar. Cuando esperábamos ansiosos la llegada de tantos y románticos nocturnales, desde la tibia arena de nuestras playas. Oyendo el tenue susurro de las olas y buscando en la lejanía el eco y sonoridad de cantos perdidos cual sinfonía de voces lejanas.
En el conjuro de la noche, bajo el efecto de su calma acostumbrada, sentimos debatirse el alma viendo correr los segundos cual tropel fantasmal o cortejo de agonía. Y perdernos quisiéramos, allá, en el inalterable horizonte, donde el camino termina, intuyendo valles, montes y cañadas, caminos tantas veces andados, en esa ilusionada ruta…
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