ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Mi mente se va poblando de los recuerdos de viejas vivencias y aquel sentimiento que experimentara, va creciendo a medida que pasan los días y las noches con la percepción del significado de esta semana del dolor de Cristo, motivo suficiente para que me sienta así, conscientemente afligido. Debe ser por culpa de mis descuidos, las faltas cometidas, mis debilidades...
Todos pecamos aunque queramos restarle importancia a nuestras malas acciones; y a Jesucristo lo van a crucificar y va a morir por culpa de nuestros deslices, para librarnos con su sufrimiento de nuestros pecados y podamos vivir tranquilos y morir en paz.
Cada año me ocurre lo mismo y hay momentos, cuando estoy relativamente tranquilo, que siento como si llegara hasta mí, como si fuera el soplo de las brisas, ecos celestiales de coros de voces, ahora más perceptibles. Voces aunque lejanas que me asedian y me obligan a meditar profundamente sobre la salvación de las almas y pienso, que son estos días, precisamente, los más propicios para acercarnos al Templo de Dios y descargar el peso de nuestras miserias limpiando nuestra conciencia al entregarnos al Santísimo, comulgando con su gran amor.
Todos los días del año son propios para esa hermosa decisión, ¡acercarnos a Dios!, pero siendo en Semana Santa, si nos acercamos al Sagrado Cuerpo, sería tan útil y oportuno como si le ayudáramos a cargar la pesada cruz estando a su lado. Juntos con tantos fieles que han decidido ayudarle con su fe cristiana, siguiendo sus cansados pasos…
Sólo pensarlo nos provee de un alivio considerable, nos sentimos diferentes, sólo al proponérnoslos para enmendarnos religiosamente ante EL.
Parece como si el mismo cielo se despejara ante nuestros ojos y nos transportara a una ilusionada dimensión y aquellas voces se acentuaran invadiendo nuestro corazón.
Estos son días de profundas reflexiones y de acercamiento. ¡Que acercándonos a Dios, también nos acercamos a nuestros seres queridos ausentes! Y el pedregoso camino se limpiará de impurezas. La madre de Dios iba agradecérnoslo con su bondad infinita y compasivamente, por nuestra entrega espiritual; y nuestra comprensión amorosa hacia su hijo, en prueba de gratitud por morir por todos nosotros pecadores en el Santo Madero. Que con los brazos abiertos nos está llamando.
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