EL TEATRO DEL ABSURDO

Soy un “ser político”, sí. En determinadas situaciones me encuentro envuelto en ese absurdo que antes planteaba, y algo así como el cansancio, me paraliza. Pero dura poco, hago un esfuerzo y comienzo a descifrar entrelíneas, comienzo a comprender que ser político quiere decir “ser social”.
Inmerso en la sociedad busco, incansable, luces que aporten claridad al oscurantismo y despropósito que utiliza el actual alcalde de Los Realejos y sus secuaces para ganarse el beneplácito de mis vecinos. Aturdido, como si me hubiesen dado un golpe, respondo con razones, mis pies danzan torpemente emulando al gran “Alí”, y utilizo mi izquierda para tumbar, en el último asalto, el descaro y la ineptitud que ha habido hasta ahora. Antes hablaba del teatro del absurdo para describir situaciones. Ahora hablo de teatro, puro teatro, y me topo de frente con el Teatro-Cine Realejos. ¿Por qué no? Existe una demanda social que fortifica la extraordinaria labor que se realiza en este espacio. Para el conjunto de la ciudadanía, más sabia y poderosa de lo que muchos son capaces siquiera de imaginar, debe ser una realidad la reforma integral de este espacio. Dirán que no hay dinero quienes especulan desde la sombra sobre el “suelo”, dirán que es un sin-sentido invertir en mantener con vida un espacio que recela del futuro y se agazapa al pasado, dirán… ¡Que digan! La cultura, y cualquiera de sus manifestaciones, implica la efervescencia de una sociedad necesitada de estímulos que les recuerden las ilimitadas fronteras de su libertad y no cortapisas ni desplantes a los que, afortunadamente, no nos han acostumbrado.
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