ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Los menos viejos ya tienen una nueva misión en su vida, aunque no retributiva y sí, obligatoria, según el nuevo concepto de las recientes estructuras sociales. Los que tienen “abuelos” están garantizados, los hijos que tienen padres mayores ya lo tienen más claro. ¡Exigiendo y todo eso! Mas, no saben ellos con qué gusto cuidamos de sus hijos y les inculcamos lo mejor de nuestra experiencia para fortalecer ese futuro, a veces incierto, que les tocará vivir. Pero de todo esto, lo triste es que los nietos crecen y luego no recuerdan nuestros esfuerzos y sacrificios en favor de ellos. Si, es muy triste, pensar que algún día nos “aparcarán” a un lado y quién sabe a dónde; y nos dirán, así, fríamente, que están hartos de nosotros. No transigen nuestros achaques y torpezas propias de la edad. Ni ellos, ni sus padres, nuestros propios hijos. Por suerte ese no es mi caso. Cuando no, les sueltan despiadadas frases: ¡Hazte a un lado, no molestes!.. Y los viejos destrozados, desanimados acaban sin saber qué hacer ni adonde ir...
Que recuerde, antes, estos desmanes no se cometían tan despiadadamente. Recordemos, a ver... En el caso de los enfermos –por decir algo – estos eran asistidos, con más respeto y humanidad, en su propia casa y sin distinción de clases sociales; y si morían eran velados allí, al calor de su hogar familiar, entre sus viejas pertenencias... El Notario iba a domicilio. El hogar era una institución respetable, donde concurrían todos los elementos básicos de aquella civilización organizada y duradera; y los viejos eran los indiscutibles patriarca del ente familiar. Irrevocables eran sus conceptos basados en la experiencia adquirida a través de los años vividos. En definitiva, eran respetados al máximo.
Es verdad que todo ha cambiado, hasta la propia conciencia del hombre. Si, ya no es igual, ojalá que los jóvenes de hoy tengan la dicha de llegar a viejo y con mejor suerte.
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