miércoles, 23 de marzo de 2011

UN NORTEÑO,

PILOTOS DE AVIONETAS

ARTÍCULO DE: Evaristo Fuente Melián
      
En el ámbito del Valle de La Orotava donde vivo, he conocido varios pilotos aéreos y todos ellos tienen, por qué no decirlo, ‘un gramo de locura’,  que es el título de la célebre  recordada película del mismo nombre (1955), protagonizada por un orate llamado Danny Kaye. Uno de estos pilotos, de nombre Gilberto, por aquellos años, pilotaba avionetas por afición en el Aeroclub. Era un portuense empedernido; ya destacaba en el colegio de curas como un alumno especialmente  displicente en sus contestaciones en los exámenes orales. Por ejemplo, en religión oral, a la pregunta: ¿Quién es Dios? Respondió: ¡No tengo el gusto de conocer a ese señor!

    Cuando cogió ya, por fin, una avioneta en sus manos y le dejaron volar solo, se dio una pasadita por el campo de fútbol portuense de El Peñón, durante un partido y, al decir de los  testigos, espectadores y jugadores se tiraron al suelo en plancha (o en 'plongeón',  como se decía antaño), pero no en busca de la pelota o de un remate a gol, sino ‘cuerpo a tierra’ huyendo del aparato de Gilberto.

   Otro caso similar en audacia e intrepidez hubo en La Orotava. Un compañero de nombre Juan José (J.J.) durante los años cincuenta estaba de cantante guía, dirigía las canciones litúrgicas religiosas en los salesianos y ya despuntaba por su fina voz de tiple, que luego devino en tenor de finos registros agudos. Pocos años después de salir de las aulas del bachillerato de seis cursos, se enroló en el Aeroclub.  Después de varios vuelos acompañado  de instructor, le dejaron la avioneta por vez primera para él solito, con permiso solamente para volar en el cielo de Los Rodeos. Pero JJ, haciendo caso omiso, se animó airoso y se fue a dar una vueltecilla por Bajamar.  Los bañistas que echados de dos en dos se untaban armoniosamente cremas protectoras y cogían sol soporíferamente en las piscinas bajamareras, fueron  sorprendidos inopinadamente y tuvieron que correr y botarse al agua para huir de la cercanía aparatosa del aparato pilotado por JJ. Al regreso al aeropuerto, hubo una nube maligna e imprevista que se cruzó en el camino y espacio acostumbrado.  JJ tomó otros derroteros, otra  ruta de acercamiento a la pista de aterrizaje. No la encontró. No llegó. Terminó ‘aterrizando’ en una ladera  escarpada, zona de los bajos del monte de  Las Mercedes. La suerte, no obstante, le acompañó. Rociado de gasolina, consiguió salir con vida, pero en aquellos andurriales quienes primero aparecieron fueron un burro y su dueño, un campesino que colgaba típicamente de su labio inferior el típico ‘fedora’, una marca de cigarrillo popular semi encendido, que es como siempre lo llevan los agricultores en el medio rural.  Lo primero que le dijo JJ al susodicho dueño del burro fue: ¡ayúdeme, compañero,  pero antes apague el cigarro, por favor, que esto no es agua, sino gasolina…!

      Así me lo confesó en su momento el  interfecto JJ, que desgraciadamente falleció hace un par de años, por una enfermedad no directamente  relacionada con este  accidente, acaecido en julio de 1960. 

                                                                     Espectador

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