lunes, 17 de enero de 2011

ART. DE UN PORTUENSE,

CON LA VARA QUE MIDAS SERAS MEDIDO

No se conformaba con callar su rabia, su propio silencio le hería considerablemente, reconocía sus defectos, no sólo sus virtudes. Los primeros siempre eran pequeñeces involuntarias, poco dignas de tenerse en cuenta por sus simplezas. No entendía a cuenta de qué se le acosaba tan implacablemente...

Cada hombre, cada mujer, tiene su propia personalidad y sus particulares criterios, y vemos, cada cual con nuestros propios ojos, y no sentimos de igual manera unos y otros. Procedemos de acuerdo con nuestras convicciones, sin apartarnos de ellas. Por supuesto, debiera ser siempre respetando la libertad de los demás, luego ver y hacer. Sólo que no es recomendable obsesionarse con una idea fija y la finalidad de anular al otro por conveniencias o por mero capricho...

Debiera ser, que, aquello que no nos gusta que hicieran con nosotros o algún ser querido nos abstengamos de hacerlo con los demás. Siempre es bueno recordar, que: "Con la vara que midas serás medido"

La sensibilidad del hombre -cuando la posee- reclama la justa compensación y sinceridad en el trato, el pleno respeto de sus derechos son elementales para la buena convivencia social. Y por supuesto, nunca ocultar las razones que inspiran el rechazo y dar siempre otra oportunidad al que no supo, o pudo aprovechar la que se le dio. Para nosotros siempre deseamos eso; todos los mortales estamos continuamente aprendiendo de los errores que cometemos. Nadie logró ser perfecto hasta el presente.

La mayor injusticia que se pueda cometer con los hombres es el rencor, no saber disculpar ni querer perdonar.

Si, el hombre aunque llegue a viejo, siempre está en edad de aprender algo nuevo cada día, lo que va a servirnos para entender mejor la realidad de todo cuanto nos rodea y llama nuestra atención. Para no errar tantas veces  nuestros pasos y lo que es más importante, para ganar el respeto y la admiración de aquellos que en uno ven la disposición de aceptarles tal y como son, con sus virtudes y defectos, sabiendo que llegarán a ser mejor como lo puede ser cualquiera que sepa aceptar la vida como si fuera una "escuela" donde se aprende de todo. Ahora bien, lo contrario, obviamente, sería la foto de un perfil deshumanizado que será juzgado con la misma veracidad y la misma vara.

“El entendía todas esas teorías las cuales siempre compartió con sus semejantes, y ahora se veía obligado a callar por imperativos de sumisión ante la autoridad del más fuerte que era el otro. Vejaciones, amenazas... No faltaron tampoco las burlas en público. Pero pensando en los suyos, en los que estaban a sus expensas, renunciaba a sus derechos y evitaba a toda costa, el enfrentamiento directo para exigir, si quiera un mínimo de respeto y consideración que dieran fin a su calvario... Eso era pedir mucho, y se abstuvo de hacer conjeturas ilusas y optó por seguir aguantando hasta el final”.

Había transcurrido dos o tres años, cuando "el otro" comenzó a sentirse mal, la ciencia médica no hallaba causa alguna que permitiera un fiel diagnóstico de su estado físico que empeoraba irremisiblemente, llegando incluso a perder el habla. Y así se fue reduciendo a una pobre e indefensa criatura, que sólo inspiraba lástima... Mi amigo, sin embargo,  me decía que hubiera hecho cualquier cosa por ayudarle, pero no estaba en sus manos ni en la medicina, que nunca supo de qué se trataba. Sólo “el otro", el propio enfermo, sabía que su conciencia le acusaba, de tal grado, que le asustaba el castigo que merecía.

Ahora, de nada le sirvió la lección que había aprendido, pero sí mi amigo, que no duda en ir recto por la vida, sin molestar a los demás, dejando que cada cual siga su camino respetando sus destinos, intuía que iba a tener mejor suerte entregándole a Dios su alma.
ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

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