martes, 8 de febrero de 2011

ART. DE UN PORTUENSE,

BRISAS Y AROMAS DE MI VALLE

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

I

En el costado sudoeste del Valle de la Orotava, y al cual pertenece, se encuentra el Municipio de Los Realejos, conocidos por Realejos Alto y el otro denominado Realejos Bajo, colindante con el Puerto de La Cruz y hacia el noroeste con  La Orotava, que viene a estar ubicada en el centro y más cerca a las montañas inmediatas. Esto dicho a groso modo trata de orientar a los que nunca le han visto y puedan interesarse por ello.

Repasando los anales de nuestra Historia vamos a remontarnos a los años l.799, auxiliados por los testimonios en los que se puede leer según los historiadores, como por ejemplo, Alejandro de Humboldt, R. Verneau, P.Kinderley y un largo etc. Todos ellos coincidieron en señalar como lugar de ensueños a nuestros paisajes canarios, describiéndolos como algo poco común. El primero cuenta, que, desde California a Patagonia nunca vio tanta belleza junta. Respondía su apreciación a la sensación que sintiera de pura atracción contemplativa, al asomarse en los caminos, entre medianía y atajos, y ver abajo al final de la ladera, al Valle de La Orotava... - debió haber sentido la confusión de estar viendo el verdadero Paraíso, de hecho pensaría, de alguna manera, que nada había visto igual, tan bien distribuido y reverdecido, con todos los detalles de un sueño embriagador. Impresiones excepcionales a pesar de haber recorrido tanto mundo. Nada tan irresistible y seductor, a cuyos encantos uno se entrega sorpresivamente. Montes y mar y una franja de verdes cultivos, alternados entre, frutales, plataneras, hortalizas, árboles gigantescos de castaños, morares, nogales, higueras, nispereros, manzaneros, araucarias, dragos y los cañaverales en los húmedos márgenes de los profundos barrancos protegidos por abundante arboleda y matojos de diversas especies. Había tal cantidad de flores y plantas silvestres, que los caminos se cubrían impidiendo el paso de los transeúntes. Igualmente, los geranios cubrían las azoteas y paredes exteriores en casi todas las casas, así como los rosales trepadores y en los lugares más fríos los berodes, culantrillos y los helechos de tamaños impresionalmente largos y de tallos graciosamente rizados En los peñascos de los lugares más altos el ganado cabrío asomaba, dándole al ambiente un tono simpático y atractivo, tanto que conmovía; siempre aparecían un par de ejemplares y detrás de la peña centenares de ellas, pastando la abundante y fresca hierba de los prados y atajos que conducían a los silenciosos barrancos. Las aves autóctonas de variadísimas especies revoloteaban abundantemente en todas direcciones. Las plantaciones o huertos estaban separados por altos muros hechos de abultadas piedras para garantizar y señalar las propiedades y, a donde iban a desembocar las tarjeas que conducían el agua cuando fuera a ser usada para el riego de la tierra. Esos muros anidaban largas raíces de plantas, como, los helechos, la zarza, melones, sandías, calabazas, chayotes, rosales y otras muchas flores. Con todo lo cual imprimían el sello y carácter alegre de un corrido floral interminable y hermosísimo. Por doquier enormes papayas y gigantes árboles de aguacates. Palmeras datileras en todas direcciones. Luego árboles floridos  muy próximos unos de otros, en los caminos y de distintos colores sus atractivas flores que contrastaban con la belleza del almendro en flor. Y un poco más arriba, en Las Cañadas del Teide, las retamas y la violeta silvestre (violeta del Teide) abundantemente extendida a diestra y siniestra, de diferentes colores. Los codesos  eran gigantes y las piteras, además de los taginastes que crecían tan altos y desarrollados desde el tallo de sus bases, que resistían valientemente los fuertes vientos que a menudo soplaban.

Y la fauna de los pueblos, sus campos y lugares ribereños, como la marina, también presentaban características admirables en sus distintas especies. Cada casita tenía su propio corral, podía tenerse de todo un poco, ya que había alimentos suficientes y agua abundante que se perdía hasta llegar al mar por los mismos barrancos y multitud de fuentes acuáticas Los montes estaban pobladísimos y las quebradas gozaban de las sombras generosas de abundantes árboles y otras plantas arbóreas que crecían desde los profundos causes en dirección ascendente buscando la luz clara y limpia del verde Valle. Protegidos entre su follaje vivían variadas especies de animales siempre alertados de posibles y reiteradas visitas de las aves rapaces que planeaban insistentemente en el aire para localizar a sus asustadas o distraídas presas. Los pueblos y aldeas de esos entornos respetaban  a los animales de los cuales se servían para las tareas del campo, y cuidar sus propiedades de otros animales o simplemente para alimentarse de ellos si fuera necesario. Había una gran sincronía entre el hombre y la naturaleza, se sentían unidos, se daban el uno al otro. Comprendían, paradójicamente, la mutua necesidad que les condicionaba y se aceptaban de tal  manera. Eran las ventajas de la justa correspondencia humano-ecológica que les caracterizaba. Las costas ribereñas de expectantes atractivos proporcionaban la abundante pesca y captura risueña de los deliciosos mariscos que abundaban en nuestros litorales, desde una parte a la otra.

El Valle de La Orotava, internacionalmente conocido y admirado por sus indiscutibles bellezas naturales, el afable y particularismo trato personal de su gente hacia los demás, idiosincrasia que ha sabido transmitir el beneplácito a los que la visitaron y el deseo por conocerla de todos aquellos que no han podido ni acercarse a sus exóticas orillas a convencerse viéndolas, de cuanto se dice de las encantadoras Islas Canarias, aquí y allende los mares."  Hay que palparlas, palmo a palmo y respirar su aire, tan fresco y perfumado, como jugar con el agua de sus tranquilas playas deliciosamente cálidas.

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