lunes, 28 de febrero de 2011

EL PRIMER CARRO DE LA BASURA Y SU BURRO

EL PRIMER CARRO DE LA BASURA Y SU BURRO
ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros
Por pura casualidad llegó a mis manos una vieja fotografía, la misma que ilustra este espontáneo artículo, la cual me produjo cierta sensación de nostalgia. Con los recuerdos retrocedí en el tiempo, evocando de aquella época, vivencias enternecedoras. A tal grado llegó mi exaltación, al sentirme nuevamente muchacho y revivir viejos recuerdos de aquellos días tan lejanos e irrepetibles, que no cambiaría por nada aquel momento. Oí hasta el ruido del carro rodando por la calle Esquivel, donde vivía entonces con mis padres, siendo un chiquillo. No se dejaba la basura en los portones  o en las aceras. Llamaban a la puerta y luego entraban a buscarla siempre en el mismo sitio. Aquel respeto de antes era general en todas las personas, sin distinción de clases ni edades. Paréceme que estuviera viendo al “Burro de Sarguito” con las orejas levantadas y mirando a diestra y siniestra, por si veía a su dulcinea: “La Burra del Fielato”. Lo que me extraña mucho es que no le hayan puesto una placa con sus honorables nombres, costumbre esa, tan proclives en nuestros pueblos democráticos.
Para la generación de entonces, en la que, dada nuestra conformidad, ignorábamos el paso de las horas y del tiempo presuroso, cuando íbamos acercándonos a la madurez y a la responsabilidad inherente de la misma edad. Los juegos iban siendo relegados por las tareas del colegio, amén de otras tantas obligaciones. Cuando comienza aflorar el sentimiento de la angustia, el miedo a lo prohibido y las primeras sensaciones sentimentales que nos iban sorprendiendo... Todo aquello que perdimos y que, quietamos o no, siempre vamos a recordarlo.
Con frecuencia, por las calles adoquinadas, calles y callejones del Puerto de la Cruz, solíamos deleitarnos,  entre otras muchas cosas, viendo rodar el carro de la basura, tirado por un sumiso burro, cuyo amo era don Domingo Perera Abero (conocido por El Fatiga), entonces Jefe de Limpieza del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, (no aparece en la foto). Después de recoger la basura  y llevada al barranco San Felipe, allí la quemaban. A continuación  volvían, ahora a recoger la comida para los cochinos que criaba él mismo.
De pie, sobre el carro, vemos a don Félix Perera Ramos, hijo de “El Fatiga” cuando era un jovencito, y ¡si será casualidad!, acabar siendo yerno de don Manuel Florentín Plasencia, de sobre nombre “El Canterrio”, vecino del barrio San Antonio, quien en la foto va caminando... Esta instantánea está tomada allá por los años cincuenta; y el camino por donde transitan, todo sembrado de tarajales, se llamaba “Cuesta Mariña” por debajo de la finca y casa de don Juan Galán, entre ese lugar y El Charcón, en Playa Jardín.
Recordamos a don Manuel, con su cigarro entre los labios, serio y pensativo, ir de un lado a otro, con sombrero, alpargatas y en mangas de camisa. Era un hombre bueno y tranquilo, hasta que alguien tratara de molestarlo.
Así, como don Domingo, su hijo Félix y don Manuel, hubo hombres que bien se merecen el homenaje del recuerdo, porque han dejado huellas, como buen ejemplo, de su paso por la vida, a veces, en circunstancias muy difíciles y sin desfallecer en ningún momento. Fueron leales a sus familias, las cuales salieron adelante, a costa de sus sacrificios y muchas privaciones propias de aquella difícil época...
Al tener en mis manos la foto que ilustra esta corta reseña popular, a tal grado llegó mi exaltación anímica al sentirme nuevamente muchacho y revivir viejos recuerdos de aquellos días hoy tan lejanos e irrepetibles, y que no cambiaría por nada aquellos momentos vividos. Insisto, aún me parece oír el ruido del carro rodando por las calles de  nuestro añorado Puerto de la Cruz, siendo yo tan joven; y sin embargo he respetado esos nostálgicos recuerdos.
Aquel respeto de antes era general en todas las personas, sin distinción de clases ni edades.
Repito, pareciera estar viendo al “Burro de Sarguito” con las orejas levantadas, mirando a diestra y siniestra, por si veía a su dulcinea “La Burra del Fielato” repartiendo mercancías a los distintos comercios. Entonces el burrito usaba pantalones para que no le molestaran las moscas.
También la historia se escribe con estos anecdóticos rasgos que con el paso del tiempo se hacen entrañables y releerlos nos devuelven una buena parte de esas vidas antes dormidas en la lúgubre dimensión del olvido.
Alguien comentó una vez, el porqué cuando escribo, retrocedo tantas veces hacia el pasado y no me ocupo del presente. Querido amigo, nuestro presente, en la actualidad lo hallo tan aburrido y desesperanzador, que ocuparme de él sería malograr mis buenos deseos de escribir para un buen puñado de asiduos lectores que dicen pasarlo bien con mis escritos. Claro que entiendo, que unos serán más a menos que otros, pero acompañan… Modestia aparte. Así pues, amigo mío, mírese al espejo y vea que, paradójicamente, tampoco usted es del todo perfecto. Sigamos cada cual su camino, y cuando esté de acuerdo conmigo, avíseme, será en lo posible, bien correspondido.

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