lunes, 1 de noviembre de 2010

VILLEROS ILUSTRES,

EL CAMPO SANTO

ARTÍCULO DE: Bruno Juan Álvarez Abréu


Los pueblos embolsan recintos, añicos incólume del pasado, que las nuevas edificaciones han ido frustrando y confinando al aturdimiento. Hay casas, plazas, callejones o, incluso, cementerios, ocultos tras algún muro o agazapados al amparo de una entrada tan estrecha que los hace desaparecer para el trasiego cotidiano de la población. En La Orotava se encuentran muchos de estos lugares, urbanizaciones centenarias, camposantos, caserones solariegos etc... Sobre ellos se cierne la amenaza de la desaparición y sobre todo de la reconversión sin tener en cuenta el valor artístico e histórico de su procedencia. Mirando este contexto, me llama la atención un aposento ubicado casi en el centro del ya tradicional casco histórico de la Villa. Un aposento que se remota a los tiempos fundacionales y que últimamente ha sido objeto de cambios radicales, incluso de martirio a los ábacos que adornan y embellecen capillas y mausoleos. Hablo del cementerio orotavense, el renacentista camposanto de San Francisco, anexo al desaparecido e incendiado monasterio Franciscano, que Viera le llamó el "Escorial de Canarias".
Un Camposanto, que durante muchísimos años ha sido una mansión triste y sombría, que en vano alegra mármoles y flores, para todos ha sido el inexorable atrio que nos conduce al más allá. Según escribía un ensayista llamado Pedro Gil: Que el cementerio de la Villa de la Orotava, por sus márgenes de dolor, y sus altos cipreses que le sombreaban piadosamente, caminaba con la barca de Caronte, en continuo remar, sin llegar jamás, a su puerto de destino. Pero de ahí surgían sombras evocadoras, recuerdos que avivaban en nuestros pechos el fuego amortiguado del amor. Allí van a dormir, junto a las tumbas sagradas, nuestros amorosos suspiros, perfumados por los más exquisitos perfumes; y de allí vienen también voces augustas que con sus efluvios santos, que solo el alma percibe en sus místicas exaltaciones, nos hablan de lo que somos y debiéramos ser, y nos dicen también que aquella tierra niveladora de todas las vanidades sociales es nuestro último consuelo en la vida, y el broche de paz para nuestra última esperanza.
El cementerio orotavense alberga a los villeros antepasados, cada uno en sus moradas correspondientes, otros bajo tierra, guardando una distribución magnifica de pasillos y jardines. Entre ellos se encuentran miembros de la nobleza de la Villa, un lugar convertido en varios mausoleos, y efigies de mármoles, que hacen de guardianes en noches de luna, y en  noches de estrellas. Todo este misterio debe de conservarse para el estudio científico de esas ideas aristocráticas que embelleció el cementerio de San Francisco. Un cementerio de fe católica, porque la mayoría de los villeros profesan y profesaron esta religión. Sin embargo en él tienen cabida todos los ciudadanos sean villeros o no lo sean, que fallezcan aquí, por eso en él se encuentran sepulturas de personajes que profesaron otras religiones, e incluso ninguna. Con vista a todo esto es eminente que el recinto se declare monumento histórico artístico a conservar, que como he dicho aquí se tutela un arte de considerable valor. Así pues recorriendo los pasos del Camposanto villero a lo largo de su entorno que, dicho sea de paso, un orden resplandeciente en su interior y exterior. Subido al mirador del pintoresco Hospital, y transitando por su capilla mayor, destruido sus nobles capiteles por un descuidos incendio. La piedra de su embellecimiento está triste, majestuosamente severa. Por fuera los turistas compras, en las tiendas de souvenir, postales y chucherías. Los alumnos del IES anexo que lleva el nombre del malogrado dramaturgo tinerfeño, canario Rafael Arozarena, esperan todas las mañanas para atravesar sus bellos carriles y ahorrarse los caminos desdoblado que le conducen a sus aulas, Y así todos observamos como paulatinamente se va destruyendo un Camposanto que ya debería ser patrimonio de la humanidad anhelado de los villeros.

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