martes, 25 de enero de 2011

ART. DE UN PORTUENSE,

PUERTO DE LA CRUZ CUNA DE NUESTROS PRIMEROS SUEÑOS

ARTÍCULOS DE: Celestino González Herreros

Los años y las exigencias del progreso, han ido deteriorando, a ultranza, los valores ancestrales de los pueblos, aquellos rincones con solera tradicional y su historia, que no se extingue, ni sus testimonios, ese pasado digno de recordar. Basta escuchar aquellos ancianos, ya de edad avanzada, cuando refieren con marcada nostalgia, cómo era todo cuanto hemos perdido, menos algunos resquicios aún presentes; cualquier paraje de nuestras islas, cómo eran los lugares que transitaban, y cuáles las costumbres que han ido desapareciendo progresivamente en nuestras vidas, hoy convulsionadas con las prisas de vivir el momento. Y la despreocupación que los humanos muestran por todo, sin importarles nada de nada, ni de los que vengan después, sus descendientes. Ni de ellos mismos, que se desprecian e infravaloran en todos los sentidos. Eso ocurre cuando quieren acapararlo todo e imitar, persistentemente, lo que de fuera les viene. Buscan una imagen nueva, una identidad distinta para poder autodefinirse ante los demás, sin entender aún que ya tienen la suya propia. Pienso que las personas necesitan “salir” echarse fuera de su entorno habitual, y desde donde estuvieren, luego puedan recordar lo que atrás dejaron, para entonces darle el justo valor que tienen aquellas pertenencias suyas; lo que no tienen al alcance de sus manos, porque hay un abismo de soledades en todo cuanto les separa de sus orígenes.

En el lugar público, donde estoy en estos momentos, he sido sorprendido por unas cuantas docenas de fotografías “viejas” de esta ciudad, cuando era un pueblito marinero con todas sus particularidades: casas terreras, tejados rojos, calles adoquinadas, otras de tierra y piedras, cuando no habían coches de tracción mecánica. Para mí, este lugar, donde, por suerte, estoy degustando “un vasito de vino y un platito de chochos”, es como un museo que arrebata a mi espíritu y me obliga a seguir esas señas de identidad presentes en el momento, para animar con mi entusiasmo esa realidad, que aunque pertenezca al pasado, es imposible olvidarla. Y nos han dejado, no sólo el desconsuelo de haber perdido ese noble patrimonio, ahora es, la pena de no vivir siempre para recordarlo. Por eso admiro y me alegra hallarme en este lugar, donde junto con los recuerdos se ha respetado el sentimiento popular enmarcando esas fotografías que hablan por sí solas de lo encantador que fue este entrañable y acogedor Puerto de la Cruz, cuna de mis primeros sueños... Ahora comprendo la expresión triste y la mirada ausente de nuestros viejos, los cuales deben sentirse extraños en su  propio “patio” porque hoy todo es distinto y más cruel para quienes recuerdan tiempos mejores, en su sano ambiente; y las gentes eran otras. Nuestras costumbres, ¿qué ha sido de ellas? A veces no me doy cuenta que vivo en esta época, pero no dejo de reconocer que añoramos la otra, máxime cuando oímos hablar a los viejos de sus quimeras...

Voy por la calle y saludo, instintivamente, al cruzarme con alguien, aunque no le conozca, como se hacía antes; doy las gracias con gratitud, a quienes me hagan un servicio y los demás -casi siempre gente de fuera, con sus honrosas excepciones - les hace gracia, como si practicar la “urbanidad”  fuera una extrañeza. Son muchos los detalles que aprendí de mis ancestros. También, de aquellas encantadoras maestras que me dieron sabias lecciones en las distintas escuelas donde fui y aquellos cualificados maestros que recordaré mientras viva, quienes me enseñaron a comportarme y caminar por la vida, a enfrentarme a las adversidades de la misma sin miedos... Daría nombres y no acabaría, de tantas buenas personas que conocí, ya ausentes, y los que aún están presentes reciban mi  sincera gratitud.

No tengo espacio suficiente para hacer una referencia, por somera que fuera, de cada uno de estos motivos que tanto me fascinan. Y están a la vista y al alcance de quienes quieran disfrutar viendo esta revelación fotográfica, en una de las casas de comida, porque hay varias en este pueblo de curtidos pescadores, pequeños comerciantes, etc. y honrados jornaleros...

Entonces había firmas comerciales de bastante prestigio, ingleses, portugueses, españoles, etc. Y hubo épocas buenas y malas, como todos conocen, que modificaban el panorama económico, según iban sucediéndose; y nuestras gentes se veían en la necesidad de emigrar, casi siempre clandestinamente y sin medios disponibles. Hubo momentos muy duros, difíciles de superar.

Cerrar los ojos no es suficiente para imaginarnos cómo era esto; sólo, si vemos antes, estas fotos de las que hago referencia, entonces caminamos por esas  añoradas calles... Cuántas vueltas en la Plaza del Charco, viendo de soslayo a nuestro alrededor, como quien está buscando un pasado que está en la mente de todos. ¡Cuántos suspiros!.. Siempre el amor rondando los caminos.

En las confluencias de la calle Quintana, donde vivieron mis abuelos paternos y sus descendientes, aquellas cuatro esquinas, una de ellas, la de la Plaza de San Francisco, eran un lugar de encuentro para los aficionados al vaso de vino acompañado de los correspondientes chochos. Recuerdo verlos, entonces siendo un muchacho, llegar cautelosos y formar pequeños grupitos, luego desaparecer como por arte de magia.

Los domingos y días de fiestas, venían muchas gentes de los pueblos adyacentes y aún desde más lejos, a los bailes organizados para que todos, sin distinción alguna, disfrutaran del evento, amenizado, generalmente, por orquestas locales; y muy concurridos, por cierto. Luego, los Conciertos de música en la Plaza del Charco y el habitual paseo, era la nota cultural del momento... Allí se daban cita los amigos - chicos y chicas - conocidos, familiares y aquellos enamorados que se miraban a los ojos con profunda emoción y musitaban palabras de amor,  se decían las cosas más bellas que puedan decirse los enamorados. Promesas hubo que no se cumplieron, algunas veces por designios del destino, otras por traición o causa de la inmadurez juvenil. Pero fueron más las veces que se cumplieron y hoy, pasados los años, recordamos con emoción y cariño, aquellos días vividos al socaire de los laureles de India... Y en las tardes primaverales, oyendo el trinar de los pájaros cuando regresaban a sus nidos... Y la brisa marinera que se llevaba el aliento de nuestros suspiros. Fue ese lugar dilecto, el centro y refugio de nuestras primeras ilusiones, a veces truncadas, o duraderas para verlas realizadas.

Por ende quedaron las huellas de tantas pasiones, y al pasar por ese lugar, veces hay una fuerza extraña que nos llama, bien para hacernos algún reproche o festejar nuestro reencuentro, después del tiempo que, inexorablemente, ha pasado...

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