sábado, 30 de abril de 2011

ART. DE UN PORTUENSE,

LA MATANZA DE ACENTEJO  EN LA RUTA DE LOS SUEÑOS
ARTÍCULO RECIBIDO DE: Celestino González Herreros
Bajo la sombra de un vetusto balcón canario, detuve mis cansinos pasos, para aliviar un poco y protegerme del inclemente sol. Sequé el rostro con mi pañuelo, de hecho, ya casi mojado. Escrutando con la mirada, algo enturbiada por la fatiga, busqué, a lo largo y ancho del lugar, algún ventucho, o guachinche, donde sentarme. Saborear un buen vaso de vino de la zona y hablar con alguien de por allí. Sentía la garganta seca como un esparto y las piernas me temblaban un poco, pues, había caminado un buen trecho, casi interminable. A la vista no había nada, era campo abierto y un largo camino... Un campo realmente atractivo, con la montaña detrás, color gris violeta, resaltando la vegetación. Eché andar de nuevo, y no muy lejos, casi al final del trayecto, comencé a ver casas y personas que iban y venían,  en distintas direcciones. Cuando estuve a la altura de ellos, acerté a preguntarle a un par de campesinos, dónde podía conseguir algo para beber. Ah, - me contestó el más viejo - aquí no bebemos agua. Si se conforma con nuestro inmejorable vino, tiene donde elegir, busque a pocos metros de aquí y verá qué bueno está...
La Matanza de Acentejo tiene eso y más. Gentes maravillosas, amables, serviciales y trabajadoras. Hablo con razón de causas. Parece como si hubieran venido al mundo con ese gesto personal que les distingue. Diría más, es como si uno se sintiera  en su propia casa,  en el mismo seno familiar y todos quisieran agradarte. A pesar de haber tantas "casas de comidas", hay veces que no conseguimos una mesa libre. De todas partes van a pasar  horas de ocio, entre familias y amigos, a comer o echarse sendos vasos de vino; y para hablar de todo un poco. Siempre nos vamos felices y nos queda el  sabor de la grata impresión de haberlo pasado bien. Ahora mismo no, porque es algo tarde, si no, "agarraba" las llaves del coche y Dios sabe...
El Municipio norteño de La Matanza de Acentejo, es bello, desde la cumbre, cuyo monte engalana su declive campestre,  en el se hallan los famosos viñedos de la zona y abundan los castaños, higueras, nispereros, perales y manzanos. Amén de otros frutales.
Recuerdo, estando allá,  en nuestra querida Venezuela, charlando con los paisanos de nuestras cosas y al tocar el tema... Se nos ponía un nudo  en la garganta y teníamos que disimular la angustia, desviando la mirada y callando, siempre callando, cuando evocábamos nuestro terruño amado, tragándonos las palabras... Estabamos muy lejos y nadie nos veía, ni nos oían, éramos como niños suspirando por esta tierra que nos vió nacer. ¡Cuántas cosas hubiéramos deseado hacer  en eso emotivos momentos! ¡Cuántas imágenes rondaban, entonces,  en nuestra mente! ¡Cuántas vivencias  del terruño amado despertaban, cuando evocábamos esos lugares de nuestra isla de Tenerife, desde tan lejos...

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