lunes, 23 de mayo de 2011

ART. DE UN PORTUENSE,

 
UN MUNDO MEJOR PARA TODOS

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros
Si fuera posible, iba a ser la más noble concesión a nuestros mayores, en compensación de todos los esfuerzos realizados, por tantos desvelos y constancia en la ardua lucha por darnos una vida mejor; siempre por nosotros, que hemos recibido tanto de ellos, sus sabias, amorosas y desinteresadas atenciones hasta su último aliento... Me estoy refiriendo a los autores de nuestros días, nuestros padres, siempre inseparables, como fueron los míos hasta que Dios les condujo, seguramente, como premio a sus buenos actos, al Edén prometido, donde sus almas descansarán en la Paz del Señor. Qué sublime destino el de las almas buenas y qué consuelo siento cada día cuando les recuerdo, más consuelo que tristeza, porque me imagino verles allá, también disfrutando de los que antes se fueron, cumpliéndose así, todos sus deseos de hallarse juntos...

A los viejos, en vida, deberíamos darles más, todo el bien que podamos, aunque no nos lo pidan. Darles tranquilidad y nuestro amor sabiamente compartido, demostrarles que sí les queremos mucho más de lo que se piensan; y que no quisiéramos nunca perderles por lo mucho que les necesitamos. Disipar sus temores, en cuanto a ese porvenir que tanto les aterra, porque también sienten y se preocupan, al pensar que tengan que dejarnos, por ese instintivo afán de protegernos, ante las adversidades que la vida pueda reservarnos. Esos malos momentos que preferirían padecer en sus propias carnes, como se suele decir, antes de ver sufrir a un hijo por cualquier inconveniente desafortunado.
Debiéramos alegrar sus últimos días, que de seguro sabrán agradecerlo. El rencor que sienten algunos hijos hacia sus padres, nunca puede justificarse, eso es solo desconsideración y malos instintos... Así como una madre busca del hijo el consuelo de sus caricias y la tierna palabra de amor, el hijo debe abrir su corazón para ella... Hoy difícilmente existe un diálogo distendido y armonioso en el seno de la familia, hay más desencanto que ternura. La desolación reinante es producto de ese alejamiento cruel entre unos y otros y la causa que acelera la muerte de muchos viejos y sin ser tan viejos, por las constantes contrariedades que surgen cada hora del día, por motivos vanos con despropósitos, o deliberadamente. El ser humano difícilmente soporta de continuo tales presiones emocionales y desconsideradas de los seres que más quieren. Insisto en que la agresividad y la falta de principios cívicos están acabando con nuestra sociedad y los más débiles difícilmente lo soportan. Hay muchas gentes despiadadas, que ni sospechan que sea cierto lo que digo, que vamos abocados al caos social... Salvo valientes excepciones, entre los que me incluyo y doy gracias a Dios. Hay una gran mayoría que viven despreocupados y no reparan en empeorarlo todo, que si mal están las cosas peor se ponen con la indiferencia que derrochan, no queriendo pensar en qué será de nosotros si no hacemos una detenida reflexión acerca de nuestros destinos si nos salimos del verdadero camino...
La divinidad del amor está presente en nuestros actos, es posible que algunos no lo hayan entendido antes, de que Dios está en todas partes, también donde están nuestras miserias. Es posible que no hayan caído en la cuenta, de que aquello que siembres hoy, será lo que recojas mañana... Es posible que, inocentemente, hayamos incurrido en el grave delito de no darles a nuestros viejos el cariño que necesitan para seguir arrastrando el pesado bulto de sus múltiples preocupaciones... No esperemos hasta llegar a viejo para entenderlo mejor. ¡No lo deje para mañana!.. Ahora abramos los ojos ante nuestras propias conciencias, y "ante Dios", entonces una luz distinta iluminará a nuestros instintos personales y nos llenará el corazón de valor y caridad humana para los demás... Y habrá sensaciones distintas que nos devolverán, a tiempo, la ilusión perdida en la fe, con el abandono injustificado de nuestros más elementales valores humanos. Una luz alentadora que en nuestro recogimiento espiritual, en el silencio de nuestras dudas, despejará senderos antes ocultos por nuestra ignorancia lesionadora y a poco que sintamos la sensación generosa de esa extraña fuerza, sentiremos también fortalecerse nuestro espíritu, y meditando, aún frente a esos nuevos senderos, más reconfortados, daremos los primeros pasos solos y sin detenernos ya.
Y descubriremos el ancho camino de esa felicidad misteriosa que nos depara la fe... Descubriremos en nosotros mismos la inagotable fuente de amor que antes se nos negaba, cuando no sabíamos llegar hasta ella. Dentro de nosotros escucharemos como el dulce canto de un coro angelical, es la alegría de haberse uno descubierto a tiempo. Todo parece un nuevo amanecer después de la turbulenta pesadilla del angustioso sueño, que tantos no consiguen dominar, porque no quieren escuchar la voz de la propia conciencia... Siempre hallaremos algún viejo a lo largo del camino, esa imagen humilde y buena, con todas sus características humanas que le delatan y la ansiedad que no puede disimular cuando se pierde su cansada mirada buscando a lo lejos... Siempre hallaremos a un nuevo amigo, tal vez acompañado de su inseparable perro, dejando sus huellas en el camino y con ellas señalando un horizonte nuevo, un mundo mejor para todos...

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