lunes, 24 de enero de 2011

ART. DE UN PORTUENSE,

IMPERTINENTE ACOSO DE LOS CELOS

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Para poder seguir creyendo en tu amor he vuelto a tu lado y poder asegurarme de ello. Tendrías que ganar primero mi confianza, que pueda dejarte libre para seguir tus pasos, vayas a donde vayas, sondear cualquier escondite donde puedas engañarme nuevamente.

Para seguir creyéndote sólo tienes que admitir mis excesos, el derecho a dudar y seguirte hasta donde te puedas ocultarte y llegues alejarte de mí.

Ella en silencio, no apartaba la vista, asomada en el ancho muro de la vieja casona, de los floridos canteros del apartado jardín… A veces le miraba incrédula oyéndole desvariar así, aferrado a la ridícula idea de que alguna vez le haya engañado y pueda volver hacerlo. Estaba enfermo de celos y las dudas que le asaltaban.

Al cabo del tiempo fue serenándose y a la vez recapacitando, por instantes recapitulaba. Llegó a pensar en su crueldad y en que no era posible amar y dudar a la vez.

Tomó sus manos entre las suyas y las besó tiernamente, se miraron a los ojos en silencio y al unísono movieron los labios en ademán de afecto, impulsivamente dibujando una amplia sonrisa sellado luego con un tierno beso de amor mientras se abrazaban fuertemente.

Aquello parecía ser el comienzo de una franca reconciliación, como si una violenta tormenta acabara de pasar y se alejara definitivamente, reinando una calma placentera en torno a ellos, como unos fuertes lazos que esta vez les uniera, superando los inconvenientes aquellos del salvaje e impertinente acosa de los celos y la desconfianza incompatible con los sanos sentimientos del verdadero amor, los fantasmas de la desunión entre dos personas que se quieren de verdad.

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