sábado, 12 de febrero de 2011

ARCHPIÉLAGO GULAG,

VIVIR EN LAS PROFUNDIDADES

ARTÍCULO DE: Lorenzo de Ara Rodríguez

A usted, sapientísimo lector, le pasa lo mismo que a mí. Espero. De vez en cuando tenemos ganas de vivir bajo tierra. Y se puede. En casi todas las grandes ciudades de la tierra hay personas que buscan la libertad y algo más en las profundidades de las urbes. París en un ejemplo de que se puede vivir en la penumbra, en las catacumbas.

En un espléndido reportaje firmado por Neil Shea y fotografías de Stephen Álvarez, la revista National Geographic ahonda en ese mágico laberinto que a veces es acogedor, y en otras ocasiones resulta peligroso y malsano.

Los amantes de ese mundo son llamados cataphiles (catáfilos), y aunque la prohibición de acceder al subsuelo parisino es clara desde 1995, ellos bajan, buscan, investigan, se decepcionan, enferman y viven libres.

Ya lo sospechábamos. Se puede vivir alejado de la luz artificial de las ciudades modernas. En el subsuelo hay más verdades que en las calles pisadas por políticos corruptos, banqueros manirrotos y ciudadanos adictos a la mantequilla.

También en nuestra ciudad es preferible adentrarse en el averno. Aunque pequeña, seguro que en las entrañas hallamos aire limpio. Catacumbas, pasadizos, las más hermosas alcantarillas. En ese interior celebraríamos fiestas, aquelarres, charlas y cenas.

París tiene otra realidad. La que se ramifica bajo los pies de los hombres que hasta hoy, como en nuestra pequeña y ruidosa urbe, se creen libres, poderosos, democráticos y hasta mesiánicos. Pero en realidad son poca cosa. Tan frágiles como la náusea que dejan atrás las personas que sin pensarlo demasiado se acomodan en el subsuelo, como ratas, sí, pero no como inutilidades laboriosas que cumplen con la orden del mediocre.

Víctor Hugo en Los Miserables llamó a las cloacas de París “la conciencia de la ciudad”. Y todas las ciudades tienen cloacas, también las pequeñas, atrasadas y condenas a vivir en un permanente fracaso.

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