martes, 15 de febrero de 2011

ART. DE UN PORTUENSE,

EMBRIAGUEZ DE AMOR

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Hoy es un día de esos, cuando uno se siente melancólico, con deseos de escribir sobre cualquier cosa, espontáneamente... ¿Será la música que estoy oyendo de Mendelssonhn, Liszt, Elgar, Mussorgsky o Sullivan? Al sentirme transportado a otro mundo espiritual, siento distinto, hasta el aire que respiro tiene sabor poético, y las paredes que me abrigan, y el techo que me protege. Como si estuviera encerrado en una burbuja deificada; y me viera transportado, como en un sueño, más allá de mi conciencia, lejos de donde estoy.

Cuanto me rodea es, como si se hubiera eclipsado todo ante mis ojos y quedara sólo una nebulosa azul que se apaga poco a poco, como un sueño de amor... Como si me sintiera aislado en esa dimensión sentimental. Y, como si oyendo tan bellas partituras de poética influencia, aquello que hubiera podido escribir se trastocara, deliberadamente, en mi súbita confusión... y en mí, naciera otra inspiración. No iba a conseguir estar feliz y triste a la vez, cuando yo sólo quería escribir algo distinto. Mas, oyendo “mi música” la única capaz de abrirme las puertas de ese mundo onírico que tanto anhelaba, me sentí atraído por la influencia deliciosa que aleló a mi débil espíritu.

Los preludios de Liszt y los otros magos del arte musical, me llevan por atajos sorprendentes, mi alma  oyéndoles se enriquece. Quedo suspendido en esa cálida atmósfera musical, sólo a expensas de tal virtuosa fuerza envolvente que seduce; sedándome cada vez más con sus nuevas demostraciones líricas que he aprendido a vivirlas al cabo del tiempo y a sus influjos.

Aunque no abandone tan hermoso mensaje poético, porque les sigo escuchando, liberándome un poco de ese mágico poder musical, he de integrarme al real medio: el blanco papel y estas cuatro paredes, que son mi rincón ideal, donde he consumido tantas horas, tratando de  despejar la verdadera incógnita de la vida, entre poemas y escritos, entre música de ángeles, entre la íntima soledad y el sun-sun del péndulo del tiempo, que con dolor veo balancearse con insistente ritmo, agobiándome intencionalmente. Y lo es menos trágico, a pesar de todo, el airecito que pasa perfumado de nostálgicas fragancias desde el desierto campo de viejas vivencias que han ido muriendo... Hasta que me asaltan los duendes invasores, que deben conocer mis debilidades y vienen a por mí, sigilosos, tocándome el lado bueno que uno tiene en el corazón.

A través de la ventana observo, viendo hacia afuera, las luces de la ciudad encendidas. Y pensé que era más temprano, que iba a ver el horizonte, como tantas tardes. Algún encendido ocaso o simplemente la mar serena, distendida y plateada, con la luz del cielo en ella reflejada... Pero al correr la cortina de mi ventanal, la noche me había sorprendido entonces.

Siempre me ocurre igual cuando recurro a la música como dulce compañera, quien me sabe llevar... Que me roba el tiempo y con ella me pierdo embelesado por los intrincados caminos que me ofrece; y olvido volver pronto a este mundo, también apasionado, si le hallamos, si sabemos elegir entre lo bueno y lo malo y nos inclinamos por todo aquello que nos de satisfacciones que compensen a nuestros propios afanes y que culminen en esa “esencia” personal que nos favorece a la vez y se hace colectiva, pensando en los demás.

Intuyendo, desde el otro lado de la  ventana, la paz que reine en mi ciudad, siento deseos de salir y caminar hasta que se canse mi cuerpo. Iría al Muelle pesquero y allí estaría un rato largo; caminaría soñando aunque esté despierto. Pensando, que voy con mi barquita de nácar a donde me lleven las corrientes marinas, en silencio, hasta que el susurro de las olas me despierte...

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