sábado, 30 de octubre de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

LA HORA DEL RETORNO...

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Viendo llegar en correcta formación o en precipitadas bandadas a las aves a sus respectivos árboles, donde pernoctarán junto a sus nidos, anuncian la llegada de la primavera; los recuerdos afloran... Cuando la tarde va muriendo es la hora del retorno, antes que se oculte el Sol. En los distintos lugares con zonas verdes, se oye un concierto muy singular, no sólo por el encantamiento que contagia a los enamorados que le escuchan y han presenciado el retorno de los pájaros y demás aves, puntuales, en busca de sus crías o la pareja que quedó incubando los pequeños huevos; hay un canto armonioso que se traduce en letanía lírica, en mensaje de amor, que sólo entienden los enamorados; cuando las luces aún no se han prendido en la ciudad y la penumbra nos envuelve y se oye, ya lejos, el último gemido del alba nocturnal. Cuántas veces imploramos al Cielo para que no nos descubrieran y no rompieran nuestro idilio amoroso, las luces  de los  faroles ocultos, cuando dormitaban las aves. La hora del retorno... Decíamos: -¡Se acerca la hora!..- ¡OH, bendita juventud!.. Bohemias tardes, cuando las horas que iban pasando, tantas veces no nos importaban; cuando caía la lluvia y no sentíamos el frío del vendaval... Bohemias tardes, sin dineros en los bolsillos, porque así era entonces. Sin embargo, hacíamos castillos y grandes fortalezas en nuestra calenturienta mente. Cuántas veces, las lágrimas suyas caían, como perlas encendidas, sobre su desteñida falda. Todo era así, por el sólo hecho de querernos como nos queríamos. No había más fronteras que los ojos suyos ni más cielo que el fulgor de sus miradas. No veía otros encantos que más me ilusionaran.

Primero los pájaros, oyendo sus cándidos arrumacos, luego el silencio de la noche y el inquietante parpadeo de las estrellas. Si, hubo frío; también viento... Muchas veces estábamos tristes  por algo sobrenatural que nunca entendimos. Estábamos locos y ciegos, sólo queríamos estar juntos y, por supuesto, detener el mensaje del tiempo... Una locura que nos mantuvo juntos en aquel mundo de idílicos sueños, cuando sólo nos alimentábamos del amor.

A veces, me quedo un rato sentado, bajo los laureles de la Plaza del Charco, hasta la hora del retorno, para deleitarme escuchando el trinar de los pájaros; y si estoy solo, no escucho igual que antes, además, ya uno está haciéndose viejo. Al final me voy con un pesar enorme, andando sobre mis cansados pasos, y siento el desaliento propio de la soledad que tanto entristece. Me doy cuenta, ahora, de cuánto hemos perdido con el paso del tiempo. Cuando veo pasar las nubes sin detenerse, siento deseos de correr tras ellas, pero no puedo. ¡Cuántas  cosas nuestras se han llevado,  en ese viaje apresurado! Hoy, todo a mí alrededor suspira, casi no oigo el trinar de los pájaros, sólo oigo cuando silba la cálida brisa, que sí me acaricia y me devuelve un poco la calma. ¡Quién sabe el mensaje que nos deja esa suave corriente, silente mensajera… al pasar!

La noche eres tú, emerges con los recuerdos desde los más recónditos y accidentados abismos de aquel pasado, que no olvidamos, por los bellos momentos que en él vivimos, que son los que en realidad cuentan. La noche es como un halo perfumado que nos envuelve, es tibia y sensual. La noche me obliga a soñar... Entonces, sí oigo cuando trinan los pájaros en la hora del retorno. Y la brisa es tu aliento, alimentando este amor que llevamos tan adentro, a pesar del tiempo que ha pasado y nos ha distanciado tanto. Las brisas de nuestro puerto, mensajeras que nos traen, también sus melódicos cantos, cual si fueran consejeras que nos invitan a seguir viviendo y a reconsiderar todo aquello que pudo haber sido y no fue, porque no supimos luchar para defenderlo.

Ahora, sólo conservamos los recuerdos de aquel bonito pasado, aunque nos duela, a veces, el alma de tanto callar... Pero la vida es así, dos personas que se quieren, tal vez, con el tiempo, pierdan esa mágica ilusión y no la sientan mañana. Siempre quedarán los recuerdos, que, esos sí, no los borrará nadie ni nada.

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