miércoles, 18 de mayo de 2011

ART. DE UN PORTUENSE,

VIENDO MORIR LA TARDE
ARTÍCULO RECIBIDO DE: Celestino González Herreros
Mirando al exterior diviso la ladera del Valle de La Orotava, el Teide al fondo y el cielo cubierto de las habituales nubes que definimos “panza de burro”. El Teide acabó cubierto del todo, pero los pueblos del Valle se ven sin dificultad. A esta hora suelen verse gran cantidad de aves, volando en distintas direcciones, es la hora del retorno para ellas. Es la hora, también, más triste del día, cuando comienza a morir la tarde y surgen los reflejos rojos anaranjados del ocaso. Parece como si dentro de uno, también estuviera muriendo algo. Un día más que se nos va con el sigilo de las horas que van pasando. Las aves siguen cruzando el aire que dista entre ellas y mi balcón, como si temieran que el negro manto cayera cual nefasto telón y no pudieran seguir su vuelo hacia el lugar donde, tal vez les esperan... Ya se ven, allá, en los altos de la ladera, las primeras luces prendidas. Ya el aire se va difuminando, bajo el mar de nubes que van tornándose más densas y oscuras. Ya escribo con cierta dificultad, está corriéndose el velo gris de la tarde y la noche no me sorprende, está nublando mi vista mientras escribo y oigo boleros, que me recuerdan que fui joven una vez, ¡sólo una vez!, una época apasionada y que, poco a poco, se ha ido apagando como la tarde. Boleros que están resucitando ¡tantos recuerdos! Música que se ha perpetuado en nuestro corazón y que fue testigo fiel de nuestros más puros sentimientos; y hasta nos hace soñar y nos devuelve la ilusión perdida. Uno llega a idealizar esas voces también, voces amigas, que despertaban en nosotros instintos febriles y apasionados.
Así como las aves están hoy tan locas, de allá para acá, están igual mis recuerdos revoloteando en mi mente. Y uno se aferra a ellos con fervor, ya que son una hermosa parte de nuestras vidas, recuerdos que están aún latentes en nuestras mentes. ¿Qué será de ellos, cuando uno muera, se irán con nosotros o se apagarán simplemente, al unísono, como una tenue llamita que se extingue con el último suspiro?
Los pálidos reflejos de las luces que a lo lejos parpadean, me confirman que la tarde ha muerto, se han eclipsado, también, en mi mente; los duendes que antes me asaltaron, pero los recuerdos seguirán cobijados en mi alma, esos nunca se apagarán, mientras pueda latir mi viejo corazón.
Viendo morir la tarde, adivino el parpadeo de las pálidas estrellas y de las luces de mi Valle, asomadas en el amplio espectro de la noche que languidece... Hasta que de nuevo se prenda el lucero del alba matinal.
La noche será larga, sin estridencias ni jadeos que la perturben, una noche para volver a soñar. Mientras, los recuerdos quedan en la soledad de su cautiverio, allá lejos, al otro lado, en la onírica dimensión de la lejanía...
Si hay un nuevo amanecer, habrá también un nuevo ocaso crepuscular que despierte sentimientos ocultos. Como los recuerdos, y un mágico fulgor que llegue a encandilar y sólo podamos intuir la huida del tiempo que va pasando y se pierde en la distancia... Como la blanca paloma que no retorna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario