viernes, 8 de abril de 2011

ART. DE UN PORTUENSE,

LA MATANZA DE ACENTEJO  EN LA RUTA DE LOS SUEÑOS

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros
Bajo la sombra de un vetusto balcón canario, detuve mis cansinos pasos, para aliviar un poco y protegerme del inclemente Sol. Sequé el rostro con mi pañuelo, de hecho, ya casi mojado. Escrutando con la mirada, algo enturbiada por la fatiga, busqué a lo largo y ancho del lugar, algún ventucho, o guachinche, donde sentarme. Saborear un buen vaso de vino de la zona y hablar con alguien de por allí. Sentía la garganta seca como un esparto y las piernas me temblaban un poco, pues, había caminado un buen trecho, casi interminable. A la vista no había nada, era campo abierto y un largo camino... Un campo realmente atractivo, con la montaña detrás, color gris violeta, resaltando la vegetación. Eché andar de nuevo, y no muy lejos, casi al final del trayecto, comencé a ver casas y personas que iban y venían,  en distintas direcciones. Cuando estuve a la altura de ellos, acerté a preguntarle a un par de campesinos, dónde podía conseguir algo para beber. Ah, - me contestó el más viejo - aquí no bebemos agua. Si se conforma con nuestro inmejorable vino, tiene donde elegir, busque a pocos metros de aquí y verá qué bueno está...
 La Matanza de Acentejo tiene eso y más. Gentes maravillosas, amables, serviciales y trabajadoras. Hablo con razón de causas. Parece como si hubieran venido al mundo con ese gesto personal que les distingue. Diría más, es como si uno se sintiera  en su propia casa,  en el mismo seno familiar y todos quisieran agradarte. A pesar de haber tantas "casas de comidas", hay veces que no conseguimos una mesa libre. De todas partes van a pasar  horas de ocio, entre familias y amigos, a comer o echarse sendos vasos de vino; y para hablar de todo un poco. Siempre nos vamos felices y nos queda el  sabor de la grata impresión de haberlo pasado bien. Ahora mismo no, porque es algo tarde, la última guagua pasa  algo pronto.
 El Municipio norteño de La Matanza de Acentejo, es bello, desde la cumbre, cuyo monte engalana su declive campestre,  en el se hallan los famosos viñedos de la zona y abundan los castaños, higueras, nispereros, perales y manzanos. Amén de otros frutales.
 Recuerdo, estando allá,  en nuestra querida Venezuela, charlando con los paisanos de nuestras cosas y al tocar el tema... Se nos ponía un nudo  en la garganta y teníamos que disimular la angustia, desviando la mirada y callando, siempre callando, cuando evocábamos nuestro terruño amado, tragándonos las palabras... Estabamos muy lejos y nadie nos veía, ni nos oían, éramos como niños suspirando por esta tierra que nos vió nacer. ¡Cuántas cosas hubiéramos deseado hacer  en eso emotivos momentos! ¡Cuántas imágenes rondaban, entonces,  en nuestra mente! ¡Cuántas vivencias  del terruño amado despertaban, cuando evocábamos esos lugares de nuestra isla de Tenerife, desde tan lejos!..
Tal y como me lo habían aconsejado, caminé un poco más y pronto hallé uno entre tantos lugares donde se ofrecía vino del país y comidas canarias, carne de cabra, pescado salado guisado, papas, etc. Llamé y al momento apareció para atenderme una hermosa señora mayor, un tanto seria y reservada… ¿Qué desea el señor? Primero que nada una cuartita de vino, por favor, que me muero de sed y unos trocitos de queso blanco, ya luego veremos...
Aparecieron dos campesinos, muy respetuosos, por supuesto. Entablamos conversación, primero hablando del tiempo, luego de la calidad del vino que estábamos tomando y al final, como si nos conociéramos de toda la vida. También la señora dueña dejó entrever una agradable mueca de labios. Por fin había sonreído. Se sentía más segura…
 Doña Paca, como se llamaba la señora, me preguntó que yo había estado en Venezuela, la forma de hablar me delataba un poco. Pues si, señora… ¿En dónde, en qué lugar de Venezuela? Mi hijo está allá, el único que tengo, mi esposo murió no hace mucho. Por favor, señor, hábleme de ese país… Yo le invito con una botella de vino. Y dijo a los dos campesinos que estaban apoyados en el mostrador: Compadre, a ustedes también. ¡Cómo echo de menos al muchacho! El quiere ayudarme, dice que me recuerda mucho.
 No se preocupe, señora, el día que usted menos lo piense lo ve entrar por esa puerta. Aquello ha cambiado mucho, hace mucho tiempo que está cambiando, lo que pasa es que estando allá uno no se da tanta cuenta, uno se ciega trabajando y no ve los alrededores, lo que se está cociendo… Y, ¿quiere que le diga más? Aconséjele que se aguante un poco, la esperanza es lo último que se pierde. Cuando tenga ocasión, que se venga a su lado, ahora esto está mejor que aquello, por muy mal que nos vaya. Si está trabajando que se aguante, a ver…
 Me mostró fotos del muchacho, que no cesaba de besarlas, esos conmovedores momentos no puedo olvidarlos. Hay que ver lo que sufre una madre en tales circunstancias, oyendo tantas historias que se cuentan de allá.
 Para no apartarme mucho de la carretera general, fui descendiendo caminos y atajos hacia abajo, a medidas que visitaba otros lugares más y trataba a nuevos amigos que siempre los hay…
Cuando el vino es bueno se cuela solo pero difícilmente se sube a la cabeza, más si comemos lo suficiente. Así pues, ya en el lugar de la parada de la guagua, con mi garrafita de dos litros en la mano, sentadito, esperé mientras tomaba el fresco agradable del campo y disfrutaba de ese silencio apacible y reparador…

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