martes, 3 de mayo de 2011

EL PLANETA,

Debo ser un ateo bastante idiota porque, siéndolo, deseo fervientemente estar equivocado y que el fin del mundo se corresponda con el juicio final prometido por la Biblia. Visto que hacer justicia en esta vida se ha vuelto tarea imposible, mi única esperanza es estar en un error y que haya otra y comience con un proceso que ponga remedio a tanta fechoría sin condenar.
Básicamente no admito la existencia de Dios por una razón: tengo muy buen concepto de él como para creer que existe y, aún así, permite ciertas cosas. Me cae bien Dios, sí. Aunque, al contrario de lo que ocurre con muchos monárquicos españoles, yo soy más del hijo. En cuanto al Espíritu Santo, nada que objetar salvo que se equivocó al elegir el avatar. No parece muy inteligente que un ente divino elija como logotipo una simple paloma cuando, sin ir más lejos, la Peugeot tiene un león. A ti se te aparece un león y, forzosamente, te impresiona durante un buen rato. Sin embargo se te aparece una paloma y, como mucho, llamas a tu ayuntamiento para que la esterilice.
Pero, volviendo al tema del juicio final, insisto en que ojalá estuviera equivocado y, como colofón a la existencia universal, tuviera lugar una vista oral en la que Dios pusiera las cosas en su sitio. Serviría para que nos aclarara pequeños detalles que me inquietan sobremanera. Por ejemplo, dado que es evidente que no son lo mismo, en quiénes se ve mejor representado: ¿en la jerarquía y sus fieles seguidores o en las comunidades cristianas de base? ¿Quiénes aciertan en sus opiniones enfrentadas sobre la beatificación de Juan Pablo II: los que la consideran un motivo de alegría cósmica o quienes, como el teólogo José Tamayo, lamentan que sea un paso más en la deriva papal del neoconservadurismo al integrismo?
Una última cuestión: ¿a quiénes siente Dios más cercanos: al clero y feligreses que celebran la misa en el Valle de los Caídos o a quienes acuden a la parroquia San Carlos Borromeo de Vallecas que Rouco quiso cerrar?
No sé por qué pero creo que habría sorpresas. Es una humilde opinión personal, la de alguien para quien la mejor metáfora de la Biblia es aquella en la que Jesús, en un alarde de psicología, anticipa la presencia entre sus adeptos de algunos de los que él llama “sepulcros blanqueados”.
¡Ojalá fuese creyente! Así podría no solo desear sino exigir ese juicio por contrato. Tengo que conformarme con imaginarlo. Suelo hacerlo de una forma muy poco ortodoxa. Alejado de la estricta formalidad de los juicios actuales. Un poco en plan paternal, tipo: “A ver, Juan Pablo II, ¿dónde dije yo que fuera malo usar preservativo?” Y el beato: “Bueno, señor, tampoco dijiste que fuera bueno” Y Dios, irritado: “¡Porque entonces no había! La misma razón por la que no me pronuncié sobre el látex en general”.
O acorralando a Benedicto al hilo de la reciente expulsión de los gitanos rumanos de la basílica de San Pablo Extramuros: “A ver, Ratzinger, ¿qué parte no entendiste de que a los que había que expulsar del templo no eran a los gitanos sino a los mercaderes?” Y Benedicto sin saber dónde meterse, inventando una excusa a la ligera: “Yo… esto… lo de los gitanos fue porque… verás… ¡¿dijiste mercaderes?! Perdón, señor, había entendido mercadillos”.
Miguel Sánchez-Romero es director de El Intermedio

No hay comentarios:

Publicar un comentario