lunes, 9 de mayo de 2011

ART. DE UN PORTUENSE,

VETERANOS DE LA MEDICINA AUXILIAR CANARIA
ARTÍCULO RECIBIDO DE: Celestino González Herreros
Entonces se desbordaban las ilusiones, llegábamos a pensar que nos esperaba el comienzo de algo nuevo, un acontecer que habíamos gestado desde los albores de nuestros estudios para culminar en una realidad vocacional, firme y estable, que, previamente, sospechábamos serían momentos muy felices que durarían siempre, al entregarnos por entero y con amor, a nuestros futuros enfermos. Ingenuamente pensábamos que siempre íbamos a ser apoyados y alentados en tan noble tarea. Que sería el propio médico el primero en valorar nuestra entrega. Que seríamos respetados y que nadie trataría de romper esas ilusiones nuestras... Nada más lejos de la realidad, salvo en honrosas excepciones, el panorama fue nublándose por la prepotencia de algunos, que, desde sus aventajadas posiciones, delimitaban nuestro campo con sus intransigentes y celosas conductas hacia nuestra clase profesional. Durante el transcurso de algunos años, que más parecían siglos, nuestro ejercicio, como Practicantes en Medicina y Cirugía Auxiliar, ha pasado por todo: desengaños sin cuento y satisfacciones incontables. Hemos sabido soportarlo, y luchando sin escatimar esfuerzos, hoy podemos narrar nuestros logros alcanzados, tanto en lo social, como en lo económico, resultados estos, por la perseverancia, hemos logrado nuestras dignas reivindicaciones, las hasta hoy alcanzadas. Ello, sin el apoyo jurídico y sindicalista de que se valen actualmente los profesionales. Todavía, hoy, se nos discuten algunos de nuestros derechos, pues, somos atacados desde bandos paralelos. ¿Y nuestras metas futuras, serán otras menos críticas, más alentadoras? Que amarren cabos desde ahora... Nosotros, "los veteranos," ya venimos de vuelta, tenemos muy claros esos horizontes a pesar de su túrbida lejanía... Ojalá que sirva de precedente a los que nos están sucediendo a medida que nos llegue la polémica jubilación, algo tendrán que aprender... aunque crean que ya se las saben todas.
Yo recuerdo una medicina más humanizada... Recuerdo, igualmente, que el enfermo era fiel a nuestros principios, por supuesto, en la medida  que lo fuera nuestra conducta y la misma personalidad. La medicina que practicábamos iba a donde estuviera el enfermo, estaba proyectada hacia el que estuviera postrado en cama, o el paciente de edad avanzada con problemas de movilidad. Cuando los profesionales iban, en el medio rural, sobre lomo de bestia y maletín en ristre, a la hora que fuera y siempre expuestos a las inclemencias del tiempo que hubiera, máxime en aquellos crueles inviernos, cuando no paraba de caer agua y el viento batía tempestivamente. ¡Cómo llegaban a sus casas, ya de regreso!.. Y, sin a penas haber tenido oportunidad para quitarse de encima la ropa mojada, venían a buscarles nuevamente, ahora para asistir un parto, luego quién sabe. Mi padre fue Practicante (que descanse en paz su alma) y siempre me contaba sus experiencias y las de algunos colegas de su época; eran otros tiempos y las gentes no se parecían en nada a las de ahora. La imagen del Médico y la del Practicante fueron un tanto veneradas. Esa entrega de la cual hablo de algunos de ellos, era inspirada por el amor desinteresado hacia nuestros semejantes; en muchas ocasiones, ya veían la pobreza y la miseria, en los patéticos y desesperados cuadros de dolor en que se veían inmersos... Donde estaba el enfermo, abatido e indefenso, allí estaba la verdadera causa que les movía y en ella ponían todas sus fuerzas y los conocimientos que tuvieran en mente. Estaban sus agitados corazones, clamando a Dios ayuda para salvarles de las garras de la muerte. Allí estaban aquellos Médicos y Practicantes, luchando codo a codo cuando no, el Practicante solo, con las instrucciones escritas en un arrugado papel para que fueran a la Botica más cercana algún familiar... Miles de veces la misma situación, la misma soledad e indefensión, solos frente al enfermo que con la ayuda de Dios intentaban salvarle, insistentemente, sacando fuerzas quién sabe de dónde y escudriñando la mente en busca de la luz que proyectara la fe.
Hacen unos cincuenta años, o algunos más, cuando todavía había muchísimas casas, sin olvidar las barracas y ciudadelas, cuyos enfermos no tenían ni sábanas con que cubrir sus débiles cuerpos, obviamente, eran tiempos muy difíciles. Aquellos hombres de bien, los "Veteranos" se alimentaban de una energía piadosa que les daba aliento para trabajar día y noche, noches enteras, sin descanso alguno. Recuerdo a mi padre, Enrique González Matos, cuando llegaba de la calle a comer y se quedaba dormido, muchas veces, en la mesa, antes de acabar, soltar los cubiertos varias veces, porque llamaban a la puerta solicitando sus servicios, bien en casa, o, para que les acompañara a las de ellos... Ahora mismo, recuerdo, una de tantas anécdotas, también, de mi larga vida profesional. Estábamos almorzando en mi casa, había un rico puchero en la mesa y cuando acababa de servirme una buena ración, llamaron a la puerta con evidente desespero; se trataba de un niño que estaba muy enfermo, según decía el padre y tenía que desplazarme hasta su casa, en un barrio de la periferia... Mas, sin pensarlo dos veces, cogí el maletín y salí corriendo y me metí en un coche que me llevaría; el regreso lo hice a pie. Dicho señor, a quien acompañaba, durante el trayecto me fue dando detalles, -antes era así- uno tenía la obligación de saber todo lo más posible respecto al enfermo; no, como ahora, que algunos médicos se molestan si uno mete las narices...
 
Lo cierto es, que, cuando llegamos, el niño había muerto. Me parecía imposible que su destino fuera ese. Ver aquel cuerpo, era rubio como el sol crepuscular, tendido sobre la cama, de apenas unos cinco años... No pude resignarme y traté de reanimarle con respiración artificial, masajes cardiacos, etc. Así estuve ni sé el tiempo, hasta que el padre, rendido ante la evidencia, me instó a que lo dejara, que no había nada que hacer. Aquello fue muy duro para todos; yo lo sentí tanto, que, aún, después de haber pasado más de cincuenta años, -al comienzo de mi vida profesional- me duele recordarlo. Ahora bien, ¿cómo hubiera sido si yo, le hubiera dicho al padre angustiado, que esperara a que comiera algo, que se fuera, que yo iría luego? O, como sucede hoy "habitualmente": Mire Ud., llévenlo algún lugar donde atiendan las urgencias o a mi Despacho particular, dentro de un par de horas...
Cuando solicitaban nuestros servicios, nacía en nosotros un sentimiento oculto de caridad solidaria que nos imponía, decididamente, sobre cualquiera otra conducta negativa. Que yo recuerde, en esas mismas circunstancias, nunca conocí la arrogancia ni la soberbia, en cambio, sí, la humildad ante esos desagradables momentos que sufrieran muchos enfermos y sus familiares. Modestamente, permítanme decir, que ese dolor lo hacía mío.
Si cada Médico de antes, o cada Practicante, hubieran dejado constancia escrita de sus vivencias profesionales, coincidirían en mucho, porque el panorama y la calidad de hombres y mujeres, era la misma. Recordemos aquellas eficientes comadronas, de las que, por suerte, hoy quedan algunas... Habíamos elegido la profesión de Practicante, por vocación, no sería por lo que se ganara "materialmente" con ella. Los objetivos eran los mismos: estar cerca del enfermo siempre que fuera necesario y a cada cual nos importaba muy poco cómo lo hicieran los demás, porque éramos conscientes de la condición de nuestros principios. Aquello que sentíamos, era como una voz que nos alentaba, que iba a disipar nuestra angustia y las penas de nuestro prójimo... ¡Allá cada cual con su conciencia, los que la tuvieren!
Actualmente, los colegas Titulados como Ayudantes Técnicos Sanitarios de Enfermería -luego como Enfermeros, tal vez Auxiliares, etc.- la gente joven del gremio, casi siempre, ha contado con múltiples facilidades, si recordamos cómo éramos nosotros, perspectivas que no tuvimos; y soy consciente de que estamos (no iba a decir progresando...) mejor "encajados", económicamente, aunque sigamos con los sueldos congelados y sufriendo otras tantas calamidades, no nos quejamos tanto... Los Hospitales donde han "practicado" están mejor dotados que aquellos donde ejercíamos nosotros. Acuden a Congresos y pueden proveerse de buenos libros de estudio. Dado que la Medicina está más pulida, las técnicas son  más seguras y estables, van sobre ruedas por el fácil camino del progreso. Ya los enfermos no se curan en sus casas, van a los Hospitales, Residencias Sanitarias, Ambulatorios, etc., donde hay de todo, no es necesario "improvisar" para poder salvar una vida. Ni había Seguros de Responsabilidad Civil y Profesional. Antes se hervía el material quirúrgico, las jeringuillas y las agujas, no sólo aquí, en todas partes del mundo, aunque si habían autoclaves y esterilizadores...
No tantos mecanismos desechables que dejan buenos dividendos a sus fábricas y los distribuidores; aparte de garantizar la asepsia necesaria, no lo pongamos en duda. Hoy hay adelantos que asombran, la Electrónica e Informática han revolucionado a la Medicina, cuando antes no había más que lo que se podía aprender con mucha voluntad y sacrificio en el estudio continuado y la práctica adquirida. Había mucho corazón entregado a la labor diaria y con ello escalábamos todos los obstáculos que se nos interpusieran en nuestro empeño moral por ayudar a "nuestros" enfermos.
Quisiera hacer un ferviente homenaje, en el día de hoy, a todos esos Veteranos de la Medicina, Médicos, Practicantes y Comadronas de los centros urbanos  y medios rurales, verdaderos héroes de nuestra lucha. Y, muy especialmente, a los que se han ido de nuestro lado terrenal hacia la Divina y Eterna Morada... Aquellos que tantos buenos ejemplos nos dejaron y que fueron nuestros maestros. Y, a los muchos que aún quedamos, luchando aún para vivir con dignidad lo que nos quede de existencia, dando nuestra generosidad y civismo en un ambiente completamente distinto, evocando con nostalgia, aquellos viejos tiempos, cuando dábamos más de nosotros, cuando se nos iba a buscar a casa y nos sentíamos honrados con esa suerte de ser elegidos por profesionalidad y excelente conducta, a consolar hasta el último instante de vida a tantos seres queridos, amigos y aunque no fueran ni conocidos, allí, en el lecho de su muerte... Cuántas miradas de agonía tuvimos que consolar, aunque fuera con una simple caricia... Muchos enfermos, ya en su fase terminal, robaban a su expresión de miedo y angustia, la mueca agradecida de una fugaz sonrisa, dedicándonosla, sólo al escuchar nuestros pasos, o, al reconocer el timbre de la voz al hablarles... Y, sacaban su mano de bajo de las sábanas en ademán solícito, buscando nuestra humilde ayuda, que, luego se cristalizaría en su resignada y triste mirada...
Fue una labor entrañable, por suerte, aún lo sigue siendo para mí, en las postrimerías de mi vida profesional. Siento la satisfacción cristiana de ese deber cumplido, me da todo el aliento. para seguir. No creo que exista felicidad más grande, que la de recordar todas aquellas vivencias, viendo a mi alrededor miradas de gratitud de gente mayor, que son los que saben la historia, como no he sabido contarles por sana modestia, por la razón que fuera, pero que se irá conmigo a donde las brisas a mi alma se lleven cuando sea el momento...

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