jueves, 19 de mayo de 2011

EL PLANETA,

REFLEXIONES EN LA ARENA LXVIII. (6-V-2011) , LA EJECUCION DE OSAMA BIN LADEN.
Tenía previsto dedicar las Reflexiones de esta semana a las candidaturas electorales, a los candidatos, honrados o corruptos. La semana transcurría con normalidad, aunque con algunos sobresaltos sobre la posibilidad o no de que la izquierda abertzale vasca se pudiera presentar a las elecciones. La semana se pasaba plácidamente entre la boda real inglesa y la beatificación, en tiempo record, de Juan Pablo II. Sin embargo, la noticia de la muerte de Osama Bin Laden, me trastocó los planes.
Un signo más de los muchos que ilustran la profunda crisis moral de la “civilización occidental y cristiana” que Estados Unidos dice representar lo ofrece la noticia del asesinato de Osama bin Laden. Más allá del rechazo que nos provocaban el personaje y sus métodos de lucha, la naturaleza de la operación que terminó con su ejecución es un acto de incalificable barbarie perpetrado bajo las órdenes directas de Barak Obama, el Premio Nóbel de la Paz. El presidente de Estados Unidos siguió desde la Casa Blanca “La Operación Gerónimo”, rodeado por sus asesores civiles y militares, ante una pantalla como si estuvieran viendo la final de la NBA.
En la truculenta operación escenificada en las afueras de Abbottabad hay múltiples interrogantes. Bin Laden residía desde hacía unos seis años en esa ciudad, situada a unos 50 Km de Islamabad, capital de Pakistán. Vivía en una zona frecuentada por militares, a unos 150 metros de una academia militar pakistaní, por eso la tendencia del gobierno de los Estados Unidos a desinformar a la opinión pública torna aún más sospechoso este operativo militar. Una Casa Blanca víctima de una enfermiza compulsión a mentir nos obliga a tomar con cautela cada una de sus afirmaciones. ¿Era Bin Laden o no? ¿Por qué no pensar que la víctima podría haber sido cualquier otro? ¿Dónde están las fotos, las pruebas de que el muerto era el buscado? Si se le practicó una prueba de ADN, ¿cómo se obtuvo, dónde están los resultados y quiénes fueron los testigos? ¿Por qué no se le presentó ante la opinión pública?
Si, como se asegura, Osama se ocultaba en una mansión convertida en una verdadera fortaleza, ¿cómo es posible que en un combate que se extendió por espacio de cuarenta minutos los integrantes del comando norteamericano regresaran a su base sin recibir siquiera un rasguño? ¿Tan poca puntería tenían los defensores del fugitivo más buscado del mundo, de quien se decía que poseía un arsenal de mortíferas armas de última generación? ¿Quiénes estaban con él? Según la Casa Blanca, el comando dio muerte a Bin Laden, a su hijo, a otros dos guardaespaldas y a una mujer que, aseguran, fue abatida al ser utilizada como un escudo humano por uno de los terroristas. Dicen los estadounidenses que estaba desarmado, pero opuso resistencia y, por ello, lo mataron. ¿Acaso se defendió con un ejemplar de “El Corán” o con el ratón del ordenador?
No deja también de llamar la atención lo oportuna que ha sido la muerte de Bin Laden. Cuando las revueltas sociales del mundo árabe desestabilizan un área de crucial importancia para la estrategia de dominación imperialismo, la noticia del asesinato de Bin Laden reinstala a Al Qaida en el centro del escenario. Si hay algo que a estas alturas es una verdad incontrovertible es que esas revueltas no responden a ninguna motivación religiosa. Sus causas, sus sujetos y sus formas de lucha son eminentemente civiles y en ninguna de ellas –desde Túnez hasta Egipto, pasando por Libia, Bahrein, Yemen, Siria y Jordania– el protagonismo recae sobre en integrismo islámico o en Al Qaida. El problema es el capitalismo y los devastadores efectos de las políticas neoliberales y los regímenes despóticos que aquél instaló en esos países y no las herejías de los “infieles” de Occidente. El fundamentalismo islámico, ausente como protagonista de las grandes movilizaciones del mundo árabe, aparece ahora en portada de todos los medios de comunicación del mundo y su líder como un mártir del Islam asesinado a sangre fría por soldados del líder de la mal llamada Comunidad Internacional, que no se resiste a plagiar a su antecesor, Georges Bush.
Obama, al igual que dijera Bush después del ahorcamiento de Sadam Hussein, dijo: “Se ha hecho justicia. El mundo es más seguro y mejor con la muerte de Osama Bin Laden”. Este discurso está bien para la ultra conservadora sociedad estadounidense, partidaria de la pena de muerte, pero que la progresista Europa lo comparta nos debería poner los pelos de punta. Los dirigentes políticos europeos que han aplaudido y felicitado a Obama por esta ejecución sin juicio, se han puesto a la misma altura que los terroristas. El Estado de Derecho no puede responder a los terroristas con sus mismas armas. Osama Bin Laden debió ser detenido y juzgado, pero a alguien no le interesaba lo que podría declarar en un juicio que tendría una grandísima repercusión internacional. Parte de la estrategia internacional de Estados Unidos quedaría al descubierto, porque no hay que olvidar que Bin Laden fue un producto “Made in USA”, creado y formado por la CIA en su lucha contra el intervencionismo soviético en Afganistán.
Papanata de la Semana, es para el Presidente del Gobierno Español, José Luís Rodríguez Zapatero, que mostró a Barak Obama “Su satisfacción en nombre del gobierno y de la sociedad española por la desaparición de Bin Laden”. No Zapatero, no en mí nombre.

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