martes, 10 de mayo de 2011

PSOE GENERAL,

EL TEATRO DEL ABSURDO

Samuel Rodríguez. Decía Marx que “la religión es el opio del pueblo”. Hoy en día, en pleno siglo veintiuno, no podríamos decir lo mismo, toda vez que el individuo experimenta la experiencia religiosa desde la libertad que le otorga el renacimiento de la consciencia posibilitada por la historia trascendente del siglo veinte. Hoy diríamos que el verdadero duermevela de la sociedad actual es la lacra política de algunos señores, que se esconden tras siglas de pan de oro, abalorio u oropel (unos que se llaman nacionalistas y otros que abanderan la marea de la “alianza”. La orquestación que se establece entre bambalinas es más propia del “teatro del absurdo” (que, por cierto, adoro) que de un escenario mediático donde el verdadero protagonista, es decir, quien verdaderamente, padece el lenguaje ininteligible de los “políticos”, es la gente de a pie.

Soy un “ser político”, sí. En determinadas situaciones me encuentro envuelto en ese absurdo que antes planteaba, y algo así como el cansancio, me paraliza. Pero dura poco, hago un esfuerzo y comienzo a descifrar entrelíneas, comienzo a comprender que ser político quiere decir “ser social”.

Inmerso en la sociedad busco, incansable, luces que aporten claridad al oscurantismo y despropósito que utiliza el actual alcalde de Los Realejos y sus secuaces para ganarse el beneplácito de mis vecinos. Aturdido, como si me hubiesen dado un golpe, respondo con razones, mis pies danzan torpemente emulando al gran “Alí”, y utilizo mi izquierda para tumbar, en el último asalto, el descaro y la ineptitud que ha habido hasta ahora. Antes hablaba del teatro del absurdo para describir situaciones. Ahora hablo de teatro, puro teatro, y me topo de frente con el Teatro-Cine Realejos. ¿Por qué no? Existe una demanda social que fortifica la extraordinaria labor que se realiza en este espacio. Para el conjunto de la ciudadanía, más sabia y poderosa de lo que muchos son capaces siquiera de imaginar, debe ser una realidad la reforma integral de este espacio. Dirán que no hay dinero quienes especulan desde la sombra sobre el “suelo”, dirán que es un sin-sentido invertir en mantener con vida un espacio que recela del futuro y se agazapa al pasado, dirán… ¡Que digan! La cultura, y cualquiera de sus manifestaciones, implica la efervescencia de una sociedad necesitada de estímulos que les recuerden las ilimitadas fronteras de su libertad y no cortapisas ni desplantes a los que, afortunadamente, no nos han acostumbrado.

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